FRANCISCO XIMÉNEZ DE SANTA CATALINA. ILUSTRE PERSONAJE de ESQUIVIAS.

Francisco Ximénez de Santa Catalina, es con toda probabilidad el personaje mas importante, por sus propios méritos, que haya nacido en Esquivias a lo largo de la historia de esta localidad toledana. Historiador. Fundó un hospital en la ciudad de Túnez. Destaca el Diario Personal que escribió, que abarca casi 20 años de su vida en el Magreb. En él se descubren muchas realidades históricas del siglo XVIII, contadas con espontaneidad y sin muchos prejuicios.

Francisco Ximénez nació en Esquivias el 2 de diciembre de 1685, hijo de Francisco Ximénez (el 2 de diciembre de 1721, Francisco Ximénez escribió en su diario «hoy por la tarde cumplí treinta y seis años»).Tomó el hábito de la Orden Trinitaria en el convento de Dos Barrios (Toledo). Estudió lógica y filosofía y pasó en 1704 a la Universidad de Salamanca para estudiar teología durante

cuatro años. Fue ordenado Sacerdote en 1709, y le nombraron después Maestro de Novicios del convento de Toledo durante seis meses. Fue nombrado Predicador Mayor del Convento de Cuéllar en 1710 y después Vicario. En 1712, pasó a ser Predicador Mayor en Toledo. Demostró muchas veces su gran deseo de irse a Argel o a Orán para consolar y curar a los cautivos cristianos, y al final, el 25 de junio de 1717 obtuvo el permiso de pasar a tierras argelinas. A partir de esta fecha, hace todas las diligencias para embarcar, pero no puede llegar a Orán hasta el 4 de mayo de 1718. Se quedó en esta ciudad sólo doce días, intentando en vano conseguir del Bey Mústafa Buchlaghem permiso para fundar allí un hospital. Dejó Orán y pasó a Argel el 21 de mayo de 1718. Allí entró al servicio del Hospital Trinitario Español, como Predicador Mayor, colaborando con el Padre Predicador Fray Francisco Navarro en la labor de decir misa y confesar a los cautivos.

Durante su estancia en Argel, Francisco Ximénez desplegó muchos esfuerzos  para obtener del Bey de Argel Mohámed Ben Hasan el permiso para fundar un hospital en Orán. Cuando se dio cuenta de que eso no era posible se dirigió a Túnez una primera vez, en enero de 1720, pero una tempestad le obligó a regresar a Argel («La Colonia Trinitaria de Túnez» de Francisco Ximénez, publicada por el bibliófilo Ignacio Bauer, Tetuán 1934). Finalmente embarcó el 19 de mayo de 1720, llegando a Túnez el 28 del mismo mes. Empezó a hacer diligencias para obtener del Bey Huséin Ben Alí el permiso para construir un hospital. Tampoco fue fácil esta empresa, pero a los dos años y medio de su llegada a Túnez, el 4 de agosto de 1722, ponía la primera piedra y el 23 de junio de 1723 abría sus puertas el Hospital Trinitario de San Juan de Mata. El Padre Francisco Ximénez quedó como Administrador del Hospital hasta 1735, cuando vuelve definitivamente a España

En todo el espacio de tiempo, desde el año 1718 hasta 1735, tan sólo ha vuelto una sola vez a España, y fue con motivo del fallecimiento de su padre, el año 1729 en su pueblo natal de Esquivias.

Ya de vuelta a España, es nombrado ministro del Convento Trinitario de Tejada (Caravalla, Cuenca, en 1745) y predicador general jubilado.

Francisco Ximénez muere en Dos Barrios (Toledo) el año 1750, a los 65 años de edad. 

Su obra escrita es inmensa y de gran valor histórico. Como referencia podemos citar los siete volúmenes de su «Diario», 1718-1720, tratándose un un relato que trata de la vida cotidiana y un «reportaje» vivo de la actualidad. En esta obra, el Padre Francisco Ximénez muestra una gran capacidad de constancia y tenacidad, ya que escribió siete volúmenes del diario prácticamente sin interrupción y dedicando a algunos días varias páginas del texto, lectura que no se hace pesada gracias al estilo claro y vivo del autor. (1)

En el año de 1732 se trató de hacer un «estudio de opinión pública» magrebí, en una sociedad donde la prensa escrita no había aparecido todavía y donde los documentos que podían reflejarla eran escasísimos. Esta opinión pública acerca de la expedición de Alicante de 1732 parece que sólo se ha estudiado de una forma completa en el caso de la prensa mexicana (2). El caso tunecino puede estudiarse gracias al «Diario» de Francisco Ximénez, fundador y director del hospital cristiano de Túnez por aquella época, documento excepcional y especie de estracto de los medios de difusión propios de la capital tunecina en aquel tiempo.

Francisco Ximénez, hombre erudito y curioso, nos ha dejado muchas obras de historia del Magreb y de su Orden religiosa, traducciones del árabe hechas con la ayuda de un tunecino descendiente de moriscos y sobre todos los densos volúmenes de su «Diario», en los que va anotando todos los acontecimientos notables del día: en los 18 años de su estancia en el Magreb, sólo he encontrado 23 días en los que pone la escueta frase «Hoy no he encontrado nada que reseñar». El año 1732 tenía pues suficiente conocimiento de los asuntos magrebíes (tras quince años de vivir en Orán, Argel y Túnez) como para ser un buen testigo de la política hispano-musulmana en la zona.


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El mismo define su método en el prólogo del tomo segundo de su «Diario», titulado «Viaje a Argel»: «No es obra ésta en que necessité de valerme de autores que la corroboren, porque sólo trata de cosas que pasan cada día, unas que pasan por mis ojos, y otras que me refieren los cautivos, y como es, assí lo refiero, para si acasso los que lo leyeren, quisieren valerse de alguna cosa, para alguna historia…».

También Ximénez es testigo del cautiverio de los cristianos que esperan su rescate, convertidos al Islam para insertarse en la sociedad magrebí. Estos son los españoles de Orán que conocerá entre 1720 y 1730, en Túnez. Cada breve mención esboza un perfil de vidas individuales lanzadas en las sociedad magrebí, pero también nos indican cómo azuzaban el interés del padre Francisco Ximénez por todos los asuntos referentes a Orán.

El «Diario» de Ximénez seguirá contando acontecimientos relacionados con Orán: batallas y escaramuzas alrededor de la plaza, prisioneros por ambas partes, rumores de una nueva expedición española en el Magreb, etc. (3)

Otra obra de Francisco Ximénez es la titulada «La Historia de Túnez» escrita en nueve volúmenes.

Una traducción del libro de Al-Wazir Al-Srrây: «Al-Hulal Al-Sundusiyya».

Una traducción de «Al-Mú’nis» de Ibn Abî Dînâr.

Además, dejó veinte volúmenes de «Anales de la Orden» (conservados en el Convento Trinitario de Toledo) y una memoria acerca del Convento Trinitario de Tejada.

Del Diario Argelino de Francisco Ximénez, detallamos un resumen de los dos primero volúmenes.

Lo primero que llama la atención de la estancia de Francisco Ximénez en Argel, en abierto contraste con su actividad en Túnez, es que no sale casi nunca de la ciudad de Argel, excepto una vez en que visitó la ciudad de «La Belida».

Este viaje duró una semana, del martes 9 al martes 16 de mayo de 1719. El relato de este viaje ocupa once folios del «Diario». El motivo de este viaje era el de visitar a los cautivos cristianos que se encontraban allí y exhortarles a la confesión. Le acompañaban en este viaje su habitual compañero Fray Teodoro Lázaro Sanz (le acompañó desde su salida de Madrid a Argel, donde se puso enfermo y murió el 6 de junio de 1720), un judío, David, que hablaba el árabe y un sirviente canario. Lo mas interesante de este viaje es el relato que nos hace Francisco Ximénez del camino y de la gente. La primera impresión que expresa es la de la belleza del paisaje:

«Los jardines que dan recreación a la vista la

abundancia de árboles frutales y silvestres que los

pueblan con tan deleitable amenidad».

Y también le impresionan:

«algunas casas de campo muy buenas de moros ricos».

Y lo mas pintoresco en este camino era el cuadro de la gente que vendían:

«una lecha agria y ácida, que llaman leben, de que

usan mucho los moros».

Pasó por BUFARIQUE (Bû Farîq, a 35 Km. de Argel):

«el cual es muy nombrado, por haber en él una feria

o mercado muy grande todos los lunes».

Lo que mas le asombró fue que:

«en todo el camino nadie nos hizo mal».

Nos describe luego la macería del Bey de Orán y la del Alcaide de Bufarique, de la cual:

«coge mucho vino»

«manteca que se gasta mucho en esta tierra»

Al llegar a La Belida se aposenta en un «Fonduco». Empieza a describir la ciudad, cercada de una muralla y, según su parecer, con más de mil casas en total. Esas casas:

«son muy buenas con tejados al estilo de España»

porque: «es tradición que la fundaron los moriscos

que fueron expulsados de España».

Le impresionan sobre todo las huertas que había alrededor de la ciudad con muchos árboles frutales, especialmente naranjos, limoneros, manzanos, viñas… Nota también que:

«los bastimentos son baratos»

En efecto, parece que la vida era menos cara que en la capital, puesto que Ximénez no vino sólo a confesar a los cautivos, sino también:

«para comprar tablas para el Hospital, por haberlas

buenas y baratas en esta tierra».

Así cumplió Francisco Ximénez con el doble cometido de su viaje, el religioso y el de la compra de tablas, y se volvió a Argel.

En Argel, sus actividades se reducen a registrar los libros antiguos para enviar las noticias «mas especiales» al Cronista de su Orden, visitar a los cautivos cristianos en los diversos baños de Argel y rezar responsos para los muertos cristianos enterrados en su cementerio de Babaluete (Bâb Al-Wâd, Babeloued, fuera de la puerta norte de Argel). Algunas veces sale al campo a buscar hierbas medicinales, y en verano va de vez en cuando a bañarse a la playa. Sin embargo, pasa la mayor parte del tiempo mirando y analizando lo más mínimos detalles de la vida diaria de la sociedad musulmana de Argel, que va anotando puntualmente.

No es posible, por supuesto, exponer todas las observaciones que hace Francisco Ximénez sobre la vida argelina, por muy interesantes que parezcan, pero vamos a intentar destacar aquí alguna de ellas.

En la vida política:

Según el Diario de Francisco Ximénez el gobierno de Argel es autoritario y todo depende de la voluntad del Dey:

«aunque antiguamente se gobernaba Argel por un Consejo

que había, a quien llamaban Duan Dîwân,… hoy no le ha 

quedado más que el nombre, pues para castigar a moros,

judíos y cristianos sólo da la sentencia el Gobernador».

Se nota este despotismo en algunas órdenes caprichosas:

«Hoy ha mandado Mahamet, Dey y Gobernador de Argel, que

los cautivos cristianos no trabajen en nueve días, sino

que se descansen… No se sabe que ningún otro Gobernador

haya hecho otro semejante ejemplar en Argel».

El motivo de esta orden era el de demostrar que todos los cautivos eran suyos y que é mandaba lo que quería en ellos.

Sin embargo la imagen del Rey Mohamed Ben Hassan en el Diario de Francisco Ximénez no es del todo negativa. En muchas ocasiones recibió a Ximénez con mucha hospitalidad y simpatía. Se nota que en el Diario se repiten mucho las palabras «Rey» o «Gobernador» para designar al «Dey». También menciona muchas veces a su predecesor Baba Alí Chaouch y describe varias veces su sepulcro grandioso, en el centro de la ciudad. Advierte que murió de muerte natural, lo cual fue excepcional entre los Deyes de Argel, y que los argelinos lo consideraban como Santo y Morabuto.

Lo mas espectacular de la vida política de Argel en aquella época era la entrada de los Beyes con el tributo, «Garrama». El diario nos señala cada entrada con una descripción del ambiente y de la ceremonia. Da también la cantidad o valor del tributo de cada uno para el año de 1719:

«Entró el Bey de Titire el 20 de Abril de 1719 con siete

cargas de monedas y siete caballos».

«Entró el Bey de Levante el 27 de abril de 1719, con veinte y

seis cargas de moneda, vente caballos, un tigre y un león».

«Entró el Jalifa de Poniente el 18 de Octubre de 1719

con treinta cargas de moneda y dieciocho caballos».

Sabiendo que cada carga trae dos mil pesos o dos mil patacas, se entiende que Francisco Ximénez califique a Argel como uno de los reinos más ricos del mundo.

También describe la solemnidad de la elección de los Alcaides de partidas o aduares, al tercer día de cada Pascua de Corderos. Eran aquéllos de entre «aquellos moros ricos que le dan (al Rey) mas dinero».

Todos saben las dificultades que tuvo el Dey Mohamed Ben Hasan con las poblaciones autóctonas que se negaban a pagar los tributos. Ximénez describe este estado de rebeldía, sobre todo en la tierra del Cuco y en:

«otras montañas que están entre Orán y Argel, y estos

han obligado a los argelinos cuando pasan cerca de su

país, a llevar las banderas tendidas en tierra, en señal

de que no van a conquistarlos».

Nos informa también que esta gente se gobernaba por sus propios jeques y vivían en las cuevas, y aunque reconocían la soberanía de Argel no pagaban tributo alguno.

En la política interior de Argel, nota que había una inspección regular de las tiendas de comercio por parte del «Cadí»:

«al que halla que tiene mas medidas y pesas faltas le castiga».

Y las numerosas sentencias contra los falseadores de moneda. Muchas veces castigaban a los panaderos, porque:

«todos quitan mucho y le hacen cortísimo». 

Hay varias maneras de castigar: la mas utilizada era dar de palos. Pero había otra descrita por Francisco Ximénez, y era meter al condenado desnudo en un costal a rodar para que los gastos arañen al condenado (era castigo reservado sobre todo para hacer reconocer el delito).

Sobre la sociedad argelina en el siglo XVIII:

La sociedad argelina, según su Diario, era una típica sociedad de segregación, que se componía de diversos elementos étnicos viviendo bajo unas instituciones diferentes. Destaca cinco grandes grupos:

Los Turcos: subdivididos entre ellos en «naturales» y «coloríos».

Los Moros: que también se dividen en ciudadanos, rurales y montañosos, y entre los originarios de África y los moriscos de origen español.

Los Judíos: se dividen en originarios de Berbería y los nacidos en Europa.

Los Cristianos: cautivos y libres (comerciantes, sacerdotes…) y gran número de renegados (convertidos al Islam) que servían en el ejército y en la marina corsaria.

Los Negros: son esclavos de origen africano que servían en las casas y vivían marginados en la sociedad argelina.


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Todos estos elementos se cruzan en el relato de Francisco Ximénez y forman el núcleo principal del interés del autor, que se pone a analizarlos en sus más importantes manifestaciones sociales, en la calle, en la mezquita, en las casa, en el puerto, en la escuela, en el hospital… Se puede revivir con su «reportajes» aquella sociedad, empezando por la fiestas religiosas:

El Nacimiento de Mahoma:

«En esta fiesta blanquean y limpian muy bien las casas…

tambien ponen luces en muchas partes de las casas, y hacen

navíos, galeras y otras invenciones de cera para que arda

en este día… También adornan con mas especialidad 

las escuelas de los muchachos».

Este era el ambiente general de la fiesta del «Molut», que dura hasta nuestros días en las tradiciones magrebíes. También Francisco Ximénez advierte que era un día de descanso para todos y que en él se comía «un buen Alcuzcuz».

La fiesta del Aid:

En su Diaria, Ximénez describe ampliamente esta fiesta que considera como de las mas importante de Argel, por la solemnidad con que se celebra:

«Por la calle había algunos moros con unos pomos de plata

echando agua de color a todos los que pasaban, sin reservar

a los cristianos… En algunas partes había algunos moros 

tocando un panderillo y una flauta de caña y pidiendo

así limosna». 


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Pero la gran feria se organizaba en Babaluete, donde había muchas diversiones sobre todos dedicadas a los muchachos y muchachas, para sacarles el dinero que les daban en aquel día sus padres. Ente estos juegos, Ximénez nos habla de columpios, de ruedas, de carrítos «pintados en forma de galeras»… También se oía música en todas partes y con instrumentos diferentes: gaita gallega, dulzainas, tambores…

La fiesta del carnero:

Francisco Ximénez da la cifra impresionante de 40.000 carneros que se habrían degollado en Argel durante la fiesta de noviembre de 1718:

«Todos van a la mezquita… y acabadas sus ceremonias, 

disparan la artillería, y el morabuto mata el carnero, y 

entonces hacen lo mismo todos en sus casas».

En  el palacio del Gobernador se daba a comer a toda la guardia, capitanes y principales soldados. También  Francisco Ximénez y el Padre Administrador del hospital tenían que felicitar al Gobernador, asistiendo al espectáculo de luchas que presentaban los turcos. A Ximénez le regalan unos pasteles que llama «Macarotes». 

«que es una comida de masa, manteca, miel, y especie de 

frito, que tiene muy buen sabor».

El tercer día de la fiesta estaba dedicado a la elección de los «Alcaides de Aduares», y Ximénez nos describe las diferentes festividades que acompañan a estas elecciones.

Estas son las principales manifestaciones de carácter religioso que celebran los argelinos. Pero hay también otras tradiciones:

La circuncisión:

Se advierte siempre en el Diario de Francisco Ximénez una gran emoción cuando describe una procesión de circuncisión, porque tiene mucho afecto a los niños argelinos. Varias veces dice que esos niños eran guapísimos y que por ellos podía adivinarse la hermosura de sus madres, ya que el no podía contemplar directamente el rostro de las argelinas. Así describe una vez una procesión:

«Llevaban a circuncidar a un morillo. Le llevaba una 

negra en hombro, muy compuesto, con una berreta 

esmaltada de perlas, oro y mucha riqueza. Le 

acompañaban otros niños adornados de la misma forma…»

A veces oía canciones, pero desgraciadamente Ximénez no comprendía el árabe y no reproducía perfectamente voces como éstas:

«Los muchachos que le acompañaban iban cantando:

Attni Mahamet, Atteni Masapat».

Y según lo que le dijeron, esto quería decir: «Dadme Dios moros para circuncidarlos, o Dios de moros para ser circuncidos».

En el Entierro:

Francisco Ximénez es asombroso por la precisión que describe las escenas de funerales. Tal la escena más curiosa es ésta de mujeres:

«Las viudas, hijas, parientas y amigas se juntan en la

casa del difunto y hacen un óbalo redondo y todas

puestas de pie. Y una vieja… se sienta en medio, 

con un tamborillo… entonces, con las uñas de las

manos al son del tamborillo se arañan desde los

sienes hasta la barba, desarrollándose de forma que

se ponen carnecería, corriendo la sangre por las

mejillas, especialmente la viuda. Y la mas amiga se 

experimenta entonces en la que se araña mejor y 

sale mas desfigurada… hasta que, cansadas y rendidas

de arañarse, cantan gritando que se oye en lo más 

remoto de la ciudad».

Ximénez señala que los argelinos consideraban como deber sagrado el ir acompañando al difunto hasta el cementerio. Y con su ironía y humor, nos dice que los ricos invitaban a los pobres para que les acompañasen y al final les daban limosna con pan e higos:

«Por la cual van muy contentos, y quisieran que cada

día hubiera muchos entierros para estar satisfechos».

Nos describe cómo ponen el cuerpo mirando siempre al Oriente «donde está la casa de la Meca…», y como ponen semilla sobre la tumba «para que crezca y florezca». Al final ponían una tiendecilla para que viniese la viuda a visitar la tumba y rezar para el alma de su difunto, llevando muchas cosas de comer para repartirlas entre los pobres.

Ximénez desarrolla también temas sobre el carácter mágico-espiritual de ciertas prácticas de la sociedad argelina, burlándose exageradamente de la ignorancia y de las hechicerías de los argelinos, especialmente de las mujeres, que vivían bajo el influjo de los morabutos y de los que llama «santos»

«No hay nación ninguna que tenga más santos

que los moros, así muertos como vivos».

Y cita los nombres de los que se veneraban en aquel entonces: Sidi Dragman, Sidi Bennor, Sidi Abdelcader, Sidi Casi, Sidi Ysuf… En varias ocasiones, Ximénez nota que estos morabutos dominaban todas las instituciones, como:

La medicina.

«Los turcos y moros no entienden cosa

alguna de la medicina y cirujanía».

Así advertía él la decadencia de la medicina en Argel:

«Aunque antiguamente estudiaban estas facultades

ya lo han olvidado todo… Sólo se valen en sus

enfermedades de los morabutos que, con cédulas,

nóminas y hechicerías intentan curar los enfermos».

En otros lugares del Diario se descubre que en Argel se usaban mucho los cauterios y Ximénez nota que se cauterizaba continuamente y en todas partes, dejando a veces el rostro horriblemente feo:

«También usan mucho el escribir (unos papeles),

los cuales les queman y hacen polvos, y con agua

en diferentes días, se los dan a los enfermos…».

Y se asombra Ximénez de que Argel, aunque era «una de las ciudades mas ricas del orbe», no tenía un hospital:

«Los que hoy entre los moros de Argel tienen nombre 

de hospital son dos, los cuales están fuera de las

murallas, uno junto a la puerta de Babazón, pero 

estos hospitales se reducen a… una choza de muy tenue

fábrica, sin división de cuartos, sino sólo portalillo,

donde a algunos pobres se les da el cubierto».

La educación y estudios:

«Los hijos de los moros, rara vez los dan las madres

para que los críen otras personas, si no es que sea

por necesidad muy grave de faltarles la leche…»

Ximénez, con esta afirmación nos revela este sentimiento hasta hoy vigente en la sociedad magrebí, a saber que la crianza de los niños es una responsabilidad exclusivamente a cargo de la madre. Luego, cuando llegaba el niño a la edad de seis o siete años, según Ximénez, le llevaban a la escuela. Y muchas veces pasaba  Ximénez por delante de las muchas escuelas que había en Argel. Se trata de las tradicionales escuelas coránicas, que estaban regularmente en un portalito y donde no cabían más que catorce o veinte alumnos. Los maestros y los alumnos se sentaban en el suelo:

«Ninguno tiene ni lleva libro, sino unas tablas embarnizadas,

de las cuales el maestro escribe la lección y la aprenden. 

Y en sabiéndola, borra aquélla y escribe otra». 

Y con su habitual ironía nos dice que al saber el muchacho leer y escribir, «ya está graduado de muy sabio», porque decía que no estudiaban mas que esto. Los alumnos se llamaban «Tolbas» y tenían el privilegio de tener derecho a un pedazo de pan diariamente cada uno de un hornero:

«Y si compran algún pan mas barato que a los demás, de

suerte que vendiendo cada pan a los demás en cinco

ásperos, a ellos se le dan a dos».

Y en las horas libres, se iban pidiendo limosnas para mantenerse.

Por otra parte, Ximénez descubre un curiosísimo fenóneno cultural, que era el esfuerzo de arabización de los «Cabayles» del Cuco (Kûkû, entonces capital de las cábilas o tribus berberoparlantes de la región de Djurdjura o Gran Cabilia, a unos 160 km. de Argel). Según Ximénez , un poderoso turco Alí Jocha fundó allí un castillo muy bien guarnecido, en 1711.

«Tiene el dicho Alcaide a las faldas y contorno del 

dicho castillo algunas escuelas, donde tiene puestos

sus maestros para que enseñen a los morillos de

diez o doce años, manteniéndolos todos a su costa». 

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