Sencillamente Cervantes (III)

José Rossell Villasevil

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El 30 de abril de 1527, don Diego Hurtado de Mendoza, III duque del Infantado, nombra al licenciado Juan de Cervantes miembro de su Consejo, así como teniente de la Alcaldía de Alzadas de Guadalajara. Todo ello dotado con alta remuneración, de plena confianza y tratamiento de “primo”.

El ya caduco Grande de España, había sido un impulsivo generador de vida. Casado en dos ocasiones, aunque a la sazón viudo, no solo tuvo descendencia con sus esposas, sino que se preciaba de ocho bastardos, entre hembras y varones; uno de éstos, el que fuera su ojo derecho, fruto del idilio con la arrebatadora y juncal gitana, una de las “bailaoras” de la troupe que, para las fiestas del Corpus mandara traer su padre, el duque, cuando él era soltero y poseía el título de conde de Priego.

Se enamoró de ella locamente, la colmó de regalos y de atenciones, la compró una posada para que abandonase la vida bohemia; y el fruto de todo aquello fue un vástago a quien dio su apellido noble de Mendoza y por nombre Martín. La gitanilla madre, llamábase María Cabrera.

Crece el muchacho delgado, moreno, alto y apolíneo con la más esmerada educación; cursa brillantemente la carrera eclesiástica, de la que pudo extraer importantes prebendas y a punto está de ser coronado con la mitra de Toledo.

Heredero legítimo de la estirpe, vive en el fabuloso palacio del Infantado a donde, en rica casa adosada, viene a residir don Juan de Cervantes con su esposa, hijos y un cuñado; entre ellos, una “Cervanta” dieciochera que quita el “sentío”. El arcediano de Talavera, don Martín, debió perder los cinco, y aún el sexto si lo hubiera, por aquella criatura que, de amor, le enloquecía.

La seduce. Entérase don Juam, quiere poner remedio, consulta el caso con su “primo”, ya anciano y gotoso que, no obstante, corteja a una hermosa chiquilla con quien quiere matrimoniar. Y lo que hace es pedir apoyo al Licenciado, frente a repulsa feroz de sus hijos; más, en cuanto a lo de María y don Martín, “no le des importancia y haz la vista gorda”, le dice.

Don Juan, obediente, dedica todo su celo al asesoramiento de María, en cuanto a estrategia de obtener sus más valiosos caprichos del “Gitano” (que así le llamaban), muy principalmente en la firma de una cédula dotal, por valor de seiscientos mil maravedís.

Falleció el duque -no sin haber logrado casarse otra vez- y don Íñigo, su heredero, despide de inmediato al licenciado, quien, para litigar con tan poderoso enemigo, se instala en Valladolid.

Fue el proceso largo, difícil, peligroso inclusive; pero la profesionalidad de don Juan logrará el triunfo jurídico, así como el de enriquecer, no solo a su tutelada María, sino a toda la familia. Entre aquellas ricas preseas figuraba la nieta, Martina de Mendoza: “una gitanilla-duquesa” que, seguramente también, “tenía por ojos dos soles”.

Así es que, Miguel, se encontrará a su llegada a este mundo con nobles y con sangre y estirpe cañí.

¡Anda y entretente luego en espulgar los rincones sinuosos de tu propio linaje!